La Voz De Todos

La Voz De Todos 12 abril, 2020

Por Chris Cyr

Mucho se habla de la fortaleza y viabilidad con que los diferentes sistemas políticos enfrentan esta pandemia mundial.

No solamente vemos «cifras absolutas» de contagiados y muertes, también estamos empezando a ver cómo altos funcionarios de gobiernos, algunos de los cuáles minimizaron ridículamente la eficacia letal del virus, están contagiados y sus vidas penden de un hilo. Es posible que, así como la cruda verdad se encargó de evaporar sus discursos engreídos, se diluyan también las columnas ideológicas que sostienen sus cargos y palabras.

Mientras muchos analistas creen (o anhelan) que este marco situacional preconfigura el final del sistema capitalista, no estaría tan seguro de que ello ocurra, en tanto y en cuanto, eso implica una deconstrucción consciente que supera cualquier crisis estructural económica (de las tantas que ha habido) e implica mucho más una reconversión – un alumbramiento – psicosocial colectivo. No creo que sea tan fácil sustituir el sistema capitalista global, máxime cuando las experiencias alternativas fracasaron y cuando no se percibe un sustituto práctico. Pero peor aún, no habrá sustitución posible mientras subsista a nivel inconsciente la idea hegemónica de que el capitalismo es el único sistema de vida posible.

Sin embargo, ello no significa en absoluto que no haya modificaciones, fundamentalmente, en el paradigma capitalista reinante: el capitalismo financiero, con su intrínseco modelo político neoliberal y modelo de pensamiento individualista, generador de un cruel darwinismo social («la supervivencia del más apto»)

La crisis sanitaria que trajo aparejado el COVID-19 se expandió no solamente en el plano físico (los cuerpos), sino hacia planos intangibles (político, económico, ideológico) y demostró que las ideas sostenidas por el capitalismo financiero están colapsando. Podría haber un cambio de paradigma, aun cuando el capitalismo subsista en una versión soft,  si se aprovecha esta oportunidad histórica.

Veámoslo de manera práctica y evidente.

Estados Unidos y sus «aliados» (vasallos) europeos, se han articulado bajo las premisas constitutivas de un capitalismo in-extremis (suponiendo que existiera esa variante) que es usurero-expoliador (endeudador), agresivo (militarista, probélico), depredador (extractivo) y colonialista (imperialista). En tal sentido, la tan mentada «globalización» es un canalizador de su perpetuación y expansión. Bajo esta prédica, dominaron los últimos 120 años de una manera implacable, con bemoles, obviamente. Sin embargo, este capitalismo ha mostrado síntomas de agotamiento que son intensamente disimulados por una herramienta fundamental que dominan con extrema eficacia: la propaganda. La calidad, tamaño y radicalidad de la propaganda capitalista ha tenido tal éxito que el mero hecho de criticar o dudar de las bondades del sistema lo convierten a uno en un paria, un disidente, un ingenuo, cuando no, un delirante. Como la religión que exige fe ciega, el capitalismo no se discute. Existe un «dios único» y es la rentabilidad (a cualquier costo). Hay una «plegaria» que lo invoca, el negocio. El presidente estadounidense Calvin Coolidge dijo su célebre frase «The business of America is business» («el negocio de Estados Unidos es el negocio»). Describía y reforzaba una premisa fundamental del capitalismo: la rentabilidad es la nueva religión y define el mito del sentido de la vida moderna. La asimilación subliminal (propagandística) de Dios como sinónimo Dinero (y un culto monoteísta) es tan evidente que el billete de un dólar tiene impreso el lema «In God we Trust» al lado de un enorme ONE («en Dios confiamos» al lado de un enorme UNO, que en inglés puede leerse también como ÚNICO). Demoler estos mecanismos mayormente inconscientes no es una tarea sencilla. Fueron apilados a través de años de mensajes subliminales repetidos, logrando enquistamiento.

Sin embargo, detrás de esa imposición (contra) cultural, se oculta allí también un «conocimiento furtivo»: el de saber que se está ante la ignorancia de otras posibilidades de organización y vida; desconocemos nuestra propia realidad y potencialidad. Posiblemente, una situación límite como la que vivimos pueda sacudir suficientemente aquellas columnas pétreas y, al menos, incorporar algunas preguntas sobre cómo vivimos y por qué debe irremediablemente ser así.

El sistema capitalista-financiero no está derrumbándose solamente por la aparición inesperada de un virus mortífero de alcance global que, a todas vistas, acelera el ritmo. Sus raíces corroídas se verifican por sus propias contradicciones intrínsecas. Podría nombrar cientos de ellas, pero me voy a detener básicamente en tres, suponiendo como «aceptable» la propiedad privada:

  • El agotamiento de los recursos naturales.
  • El Subconsumo.
  • La Sobreacumulación.

El agotamiento de los recursos naturales está dado por la necesidad de perpetuación y expansión del sistema, que es per se fagocitador. El capitalismo se justifica cuando «crece». En términos económicos, crecimiento no es igual a desarrollo. Crecer significa producir (y vender) más bienes y servicios (que incluye los servicios financieros). Una economía DEBE tender a crecer siempre, de lo contrario, fracasa (o «empobrece»). Este objetivo imprescindible para la supervivencia del sistema hace que sea necesario incrementar todo el tiempo el CONSUMO. Se debe consumir hasta lo que no se necesita consumir. En los países denominados desarrollados (que son los que propagan el paradigma del consumo e incluso el consumo conspicuo), como Estados Unidos y Europa Occidental, se consume muy por encima de lo que sus propios territorios naturales pueden dar, por consiguiente, se ven forzados a «desembarcar» en otros territorios con una lógica depredadora y expoliadora. Pero existe, aparte, un tema de sustentabilidad más allá de la lógica imperial citada: la naturaleza se recicla de manera cíclica, pero no lo hace al ritmo de consumo capitalista (que es cortoplacista). Por lo tanto, la dinámica desenfrenada del capitalismo destruye por completo las bases que permiten la rehabilitación natural… siendo la única opción explotar «nuevos» territorios vírgenes, pero ello implica una depredación que tiene un límite… el planeta. En las últimas 3 décadas se consumió 1/3 de los recursos naturales globales. Estamos hablando de 30 años, nada en términos históricos. El 75% de los recursos pesqueros están sobreexplotados. El 80% de los ecosistemas (selvas y bosques) nativos han desaparecido. Extinguimos especies con una velocidad inaudita. Los recursos naturales TIENEN LÍMITES FÍSICOS, ergo, no se puede «crecer» infinitamente. Y todo ello, sin incluir en la ecuación la contaminación ambiental, una víctima colateral del ambicionado «crecimiento», atenuado propagandísticamente (otro éxito y van) por el llamado «capitalismo verde» o «ecológico», lo cual es un oxímoron.

El deterioro de la naturaleza está íntimamente relacionado con las grandes desigualdades planetarias, el empeoramiento de las condiciones laborales, el empobrecimiento de los más vulnerables y los grandes movimientos migratorios. Hay que decirlo: luchar contra el agotamiento de los recursos (el cambio climático, la pobreza, es lo mismo) implica CAMBIAR LOS HÁBITOS DE CONSUMO, lo cual, desde el punto de vista capitalista llamamos «crecimiento».

El Subconsumo: hablé antes de la necesidad de consumir (cualquier cosa, por encima de nuestras reales necesidades) que tienen las sociedades capitalistas para hacer «crecer» sus economías. Sin embargo, existen, como dije al principio, incoherencias o contradicciones, puesto que, si bien somos compelidos a consumir bienes y servicios de manera excesiva, también notaremos que nuestro poder adquisitivo JAMÁS está a la altura de las pretensiones de consumo, convirtiéndonos entonces en «animales deseantes», frustrados, egoístas y competitivos. ¿Es esto casualidad? No, para nada. Es diseño. Las economías capitalistas PRODUCEN SIEMPRE MÁS DE LO QUE SE PUEDE CONSUMIR y eso es porque hay un desfase entre el ingreso promedio de las clases asalariadas y la productividad del sistema (Marx se haría un festín utilizando el concepto de plusvalor o plusvalía con esa frase). Dicho de otra manera: no podemos comprar lo que nosotros mismos producimos en valor. Y ello se debe a que el capitalista (como clase elitista) se queda con gran parte del valor de nuestro trabajo como asalariado, provocándose una DISTRIBUCIÓN DESIGUAL DE RIQUEZA. Sin embargo… si la gente no consume, no se «crece». Y hete aquí una gran contradicción del capitalismo, que se «resuelve» a través de «dogmas religiosos» como la meritocracia, el esfuerzo, la iniciativa y otras paparruchadas mitológicas.

A eso sumemos que el subconsumo es propiciado por los avances tecnológicos, que producen el magistral efecto de aumentar la productividad y el desempleo, simultáneamente.

Analicemos entonces cómo el subconsumo alimenta, como un tándem, la sobreproducción. Si las economías capitalistas tienden al «crecimiento constante» para manifestar «salud económica»; ello implica mayor proletización y/o avances tecnológicos dado que esos procesos aportan riqueza (ambas generan alto plusvalor). Entonces ello redunda en MAYOR PRODUCTIVIDAD, lo cual a la vez desemboca en una desigual distribución de riqueza (dado que el capitalista se queda con el mayor rédito del trabajo) y menor poder adquisitivo de la clase asalariada (por idéntico motivo). Esto genera gran cantidad de productos a ser ofertados (sobreproducción) pero menor poder adquisitivo para adquirirlos (subconsumo). Y ello a la vez confluye en la búsqueda de nuevos negocios de alta rentabilidad (financierización de la economía) o nuevos “espacios” (mercados) para seguir con el negocio vigente (globalización).

Este proceso repetido de manera acelerada e incesante se inserta en el fenómeno económico llamado CRISIS DE DEMANDA, o sea, una población que quiere, pero no puede, consumir, atento a la desigualdad en la distribución de la riqueza que es generada por el propio sistema capitalista y que, no obstante, lo termina finalmente perjudicando.

Allí aparece entonces el fenómeno de la SOBREACUMULACIÓN, otra de las incompatibilidades del capitalismo. Cuando la clase capitalista ha acumulado riqueza gracias a sus «inversiones» (apropiaciones de plusvalor) y no pueden obtener la rentabilidad deseada basada en la productividad de sus emprendimientos, NO REINVIERTEN, justamente, por no tener expectativas de recupero. Pueden hacerlo porque están lo suficientemente líquidos y no tienen urgencias. Entonces se suceden dos salidas: se «flexibilizan» aún más las condiciones laborales (para bajar el costo, aumentar la productividad y ganar más) empeorando la crisis de consumo, o (en verdad cabría mejor un “y”) se financieriza la economía, entrando al «negocio» de ENDEUDAR AL ASALARIADO PARA QUE CONSUMA (Rentismo, vivir de rentas). Y así se refuerza la rueda destructiva.

Repasemos, en una apretada síntesis, todo lo que ha ocurrido en estos últimos años, gracias  a las propagaciones de USINAS NEOLIBERALES DE PENSAMIENTO y díganme si el germen de todo ello no está en las contradicciones internas de este capitalismo libertino y amoral.

  • El liberalismo clásico ofrece la idea de un «orden natural» (Dios=Rentabilidad o como dijo Adam Smith, «La mano invisible») donde los agentes económicos se autorregulan y generan riqueza, la cual se desparrama entre toda la sociedad como si se tratase de un «efecto cascada» [esta es una típica figura retomada por los neoliberales…].
  • Por supuesto, estos agentes económicos deben ser LIBRES, o sea, no deben tener ninguna regulación estatal o de cualquier organismo supra.
  • Todo ello significa que el orden comunitario debe ser suplantado por la propiedad privada (como base de expansión) y el mercado (como campo de juego), ignorándose de plano cualquier desproporción de fuerzas entre los agentes, los cuáles se consideran «iguales» por el simple hecho de ser «libres».
  • Quienes no tienen acceso a la propiedad privada solo pueden vender su fuerza de trabajo. Se trata de la inmensa mayoría de la población.
  • Se produce un proceso de acumulación de riqueza en pocas manos basado en el plusvalor de la utilización de la mano de obra, que genera valor por encima de su recompensa (salario).
  • El sistema compele a consumir frenéticamente, pero la clase asalariada no puede seguir el ritmo atento a sus serias limitaciones para generar riqueza. Por el contrario, la clase capitalista genera riqueza en grandes proporciones, llegando a sobreacumularlas.
  • Con la sobreacumulación se genera una retracción de la inversión, dado que no hay consumo suficiente para garantizar el «riesgo». Se ingresa así en el negocio del endeudamiento y se fuerza a mayores «flexibilizaciones» laborales (generando más pobreza y subconsumo).
  • Los Estados son cooptados por el pensamiento neoliberal, cuyos representantes se jactan de acabar con la pobreza y el subconsumo, pero terminan garantizando a las élites económicas mayores procesos de DISTRIBUCIÓN INVERSA DEL INGRESO (los pobres financian a los ricos).
  • Así, el Estado Neoliberal regula las leyes EN BENEFICIO DE LAS ÉLITES (bajo el eufemismo “desregulación de las economías”), para que puedan desarrollar sus actividades expoliatorias sin trabas y proteger sus intereses particulares. El «mercado» se vuelve monopólico u oligopólico (se generan “fusiones” y “absorciones”) y las condiciones de supervivencia se vuelven brutales para los más desposeídos.
  • El Estado Neoliberal suele realizar, en pos de las élites, privatizaciones de los bienes públicos (bajo el eufemismo del “combate el déficit estatal”), políticas fiscales restrictivas (con impuestos regresivos) y reformas laborales, todo ello, bajo el propósito propagandístico de mejorar la vida de la población.
  • Usualmente, estas reformas económicas limitan tanto los presupuestos estatales y reducen tanto los servicios públicos que los Estados se ENDEUDAN a través de bonos con inversores privados y organismos internacionales (como el FMI) manejados por éstos cual cárteles. Los Estados ingresan en espirales de inoperancia total: no regulan, no controlan, no intervienen.

 

¿Les suena todo lo descripto? ¿Es ajeno a algún argentino que haya vivido las políticas del Proceso Militar con Martínez de Hoz? ¿O las políticas cavallistas con Menem o De La Rúa? ¿O las del «mejor equipo de los últimos 50 años» macrista hace apenas unos meses? ¿No, verdad…?

Sin embargo, esto no es una creación argentina. Es parte del sistema mundial instaurado desde los think tanks elitistas. Incluso en potencias mundiales como Estados Unidos o Alemania, las clases trabajadoras se han visto sacudidas por estos procesos de despojo y empobrecimiento.

Y hoy (volviendo al tema) en que el COVID-19 asola a la Humanidad, la propaganda parece estar diluyéndose con la velocidad de un rayo. Muchos abren los ojos.

La «Nueva Roma» o, como le gusta llamarse a sí mismos, «La Nación Indispensable», «El Liderazgo Vital» o «La Mejor Economía de la Historia» está siendo sometida a presiones nunca vistas, y no hay conferencia de prensa que pueda disimularlo. Las contradicciones del sistema están saliendo a la luz.

Estados Unidos y el mundo occidental está viendo cómo un colapso económico está en ciernes, y con él, el sistema político que lo articula. El sistema permanece vivo en tanto y en cuanto ATAQUE, CREE ENEMIGOS Y EXPOLIE (endeuda, saquee, controle, da lo mismo). Pero no está preparado para DEFENDERSE NI ASUMIR RESPONSABILIDADES SOCIALES. Tiene una visión depredadora y expansiva (globalización, bajo sus términos, of course), no aislada. Como dijimos no puede vivir «con lo suyo». Necesita expandirse cual parásito.

 

La primera reacción fue, obviamente, propagandística: minimizar el virus, echarles la culpa a los chinos, o que el virus «solo afectaba a los asiáticos». Cuando la Italia blanca (la norteña) cayó en la revuelta con gran cantidad de muertes, esta teoría cayó en saco roto. Pero pronto cayó New York, Chicago, Miami… y se desató un escenario inesperado que ninguna propaganda puede tapar. Y esto recién empieza en cuanto a los efectos pandémicos. Sin embargo, podemos avizorar algunos efectos geopolíticos y sistémicos que será difícil maquillar.

El primero es que las fortalezas del capitalismo-de-mercado y «lo privado» están desprestigiadas, incluso en sus usinas de pensamiento, Estados Unidos y Reino Unido. Aun con estertores autoritarios (como cuando fue pasado a retiro el capitán Brett Crozier del portaaviones USS Theodore Roosevelt por «no poder manejar» el virus en la nave aun cuando solicitó desembarcarlos y se le denegó el pedido), la máquina propagandística no puede prosperar en este caos. El sistema sanitario estadounidense, por ejemplo, hace agua, es disfuncional y está prácticamente en quiebra. No se ha invertido en salud social ni un dólar, porque lo importante era dar «la ilusión del consumo» para entretener a la población. EEUU no tiene la más mínima noción de cómo tratar esta crisis y países como Rusia y China, cuyos sistemas políticos son a menudo denostados por la mass-media occidental, se mostraron muchísimo más efectivos, quizás, porque dichos países tienen en sus entrañas una «política defensiva».

En segundo lugar, el libre-mercado, el globalismo, el consumismo conspicuo, el individualismo extremo y fundamentalmente, LA CODICIA, LA VORACIDAD Y EL EGOÍSMO SÓRDIDO, no tienen ninguna capacidad de enfrentar la crisis. El capitalismo se basa en que LA SUMA DE LAS CODICIAS TRAERÁ UN RÉDITO A LA SOCIEDAD y eso, que siempre fue una falacia, lo es más evidente ahora.

En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, se demuestra que las sociedades/países con tradiciones COLECTIVAS Y SOLIDARIAS más fuertes están mejor preparadas para afrontar esta situación de vulnerabilidad. Y aquí podemos hablar desde las ideas marxistas/socialistas (China, Cuba e incluso Rusia por tradición histórica) a tradicionalistas de idiosincrasia propia (Corea del Sur, Singapur, Irán, Venezuela). Argentina, hoy con un gobierno de corte peronista, está incluida en esta gama. A estas sociedades NO SOLAMENTE LES VA MEJOR que a muchos de los países evolucionados y ricos, sino que incluso algunos les va bien estando bajo sanciones norteamericanas y europeas o estados dañados por años de neoliberalismo.

En cuarto lugar, estas sociedades/países, generalmente vilipendiados como malos ejemplos por su «falta de libertad», «estatismo agobiante», «economías cerradas» o «maldad intrínseca» se han mostrado SOLIDARIOS Y GENEROSOS no solamente con sus conciudadanos, sino también con los de otros países, independientemente del signo político. Hemos visto maravillados a los médicos cubanos llegar a Italia, país que mantiene servilmente (a pedido norteamericano) un bloqueo total contra la isla. Hemos visto 15 aviones de transporte rusos llegar a Roma con medicamentos y profesionales médicos en auxilio desinteresado, aun cuando Italia mantiene sanciones contra Rusia como parte de la Unión Europea. Hemos visto hasta un gigantesco Antonov An-124 ruso llegar a New York en apoyo de los Estados Unidos. También vimos de China hacer el mismo recorrido. China, además, no solamente no se guardó ninguna información del virus (como se suponía que iba a hacerse en un contexto de Estado totalitario), sino que la liberó a toda la comunidad científica internacional y ahora, incluso, comparte sus métodos (aparentemente muy efectivos) para evitar la propagación. Todas estas acciones «enemigos» magnánimos y «aliados» indiferentes, ya empezaron a disparar reproches hacia los popes de la Unión Europea (Alemania, Países Bajos, Francia) y Estados Unidos, fundamentalmente, por parte de los países mediterráneos (los más afectados por ahora), Italia, España y Portugal, quienes verifican en carne propia cómo la OTAN y la UE no hacen absolutamente nada para ayudarlos, mientras cierran sus fronteras de manera paranoica en un «sálvese quien pueda». Por el contrario, Rusia, China y Cuba, aun cuando estuvieran bajo sus sanciones, tendieron una mano amiga.

En quinto lugar, lo que no constituye un tema menor, solemos ver cómo democracias occidentales saquean respiradores y otro equipamiento de utilidad a otros países llamados «aliados», por el simple hecho de ser un país de tránsito de la carga. Inmediatamente incautan la mercadería por razones de fuerza mayor, sin importarles el «costo político». ¿Se imaginan el escándalo si lo hicieran rusos o chinos, quienes por el contrario donan equipos? Estamos ante la lógica capitalista a la enésima potencia: LA SUPERVIVENCIA Y EL EGOÍSMO, exacerbado. De alguna manera, es como mostrar el verdadero rostro detrás de la máscara «propagandística».

El sexto lugar, vemos todo el tiempo cómo la gran fortaleza del sistema – la massmedia – se reinventa y vuelva a su mecanismo de cooptación de «mentes y corazones». No saben hacer otra cosa. Solo pueden intentar reforzar el discurso a nivel inconsciente, usando métodos de descalificación («China envía barbijos no sirven» o «Rusia envió medicamentos vencidos») y descrédito («China miente sobre la cantidad de muertos reales» o «Las estadísticas rusas no son confiables»). Pero también se insiste en el refuerzo de los pensamientos «bajos-instintos»: campañas contra la salud pública u obligando a sostener la economía aun a riesgo de morir/enfermarse, son comunes y presentes en la agenda mediática, cuando no, una insistencia elitista en «la salvación» de unos iluminados por sobre otros oscurecidos («No quiero que mi cama de OSDE la tenga una Jenny o un Braian»).

Y hete aquí el séptimo tema (como los 7 pecados capitales): los pobres… quienes siempre pagan el pato de la boda, cualquiera sea la situación. Las pandemias pueden afectar al capitalismo, pero tanto uno como el otro afectan finalmente a los pobres. Tanto en New York, Chicago, Roma o Buenos Aires, los barrios pobres sufren mucho esta situación por efecto directo (el riesgo de contagio) o colateral (la necesidad de ganar el dinero del día). Pero por mucho que se diga, no es lo mismo en New York, Chicago o Detroit que Wuhan, Moscú o Buenos Aires. Y ello es porque existe un Estado presente, que aún con sus impericias, intenta socorrer a la población y preservarla. El número de muertos en los barrios marginales, sin embargo, seguramente será superior al de las clases más pudientes. Por supuesto que en los países colectivistas la proporción será menor que en aquellos ultra-capitalistas. Se sabe que aún no se llegó al pico de la pandemia. Lo peor no pasó. Pero tantas muertes no tendrán un efecto neutro.

Concluyendo, si es que se puede sacar alguna conclusión aventurada en pleno tránsito de los acontecimientos.

Se ve que los sistemas políticos, organizaciones sociales y pensamientos económicos, tal como están articulados en las «exitosas» sociedades occidentales, no están respondiendo a esta crisis humanitaria (de las verdaderas, no las inventadas para bombardear) de grandes proporciones. Este contexto desnuda las miserias y contradicciones inherentes del capitalismo, que no son nuevas sino estructurales. En países como Francia, entregada al capital privado desde hace 40 años, un presidente ex HSBC como Macron habla de rescatar el «el rol del Estado» en la economía y vaticina un Estado Francés mucho más presente de ahora en adelante. Los alemanes hablan de una crisis tal como fue perder la SGM. Los italianos empezaron a impulsar la idea de un «Brexit» propio y retirarse de la UE, para redefinir sus intereses SOBERANOS, resucitando esta palabrita abandonada por los Estados-Nación. Los portugueses mandan a la mierda a los neerlandeses por hablarles de déficit fiscal en este momento. Países como Argentina, que reniegan por su historia reciente de sus FFAA, acuden a éstas como factor fundamental en la instalación de hospitales móviles, fabricación de equipos y alcohol y distribución de comida en barrios bajos. ¡Hasta se animan a debatir que debería armarse un comité de crisis civil BAJO MANDO MILITAR!

Y en Brasil, el gigante sudamericano, prácticamente se instaló un «gobierno en las sombras» guiado por el vicepresidente, altos mandos de las FFAA y los gobernadores, desoyendo al presidente Jair Bolsonaro, fanatizado en su ideología neoliberal. El ex capitán ha sido ocultado en una torre «a la Rapunzel» y ni siquiera tuvo autoridad para echar a su ministro de salud, el que fue apoyado por el verdadero gobierno.

En Estados Unidos, la falta de autoridad del gobierno central ha llegado a límites insospechados. Por ejemplo, el gobernador de Florida, Ron De Santis consiguió medicinas israelíes de Teva Pharmaceuticals sin mediar ni preguntar al gobierno federal, dado que la necesitaba desesperadamente, lo que marca el nivel improvisación. Las autoridades locales (estaduales) están teniendo mucha más relevancia y confianza que las nacionales. Este otro contraste entre “lo local” versus lo “nacional” DENTRO de las sociedades capitalistas está contribuyendo al colapso.

Por otra parte, la «nación indispensable» que es un «faro en el liderazgo mundial» está retrocediendo en sus postulados y se repliega, manejándose como un pusilánime. No solamente no lidera ni se muestra indispensable, sino que está tan desorganizada, desprestigiada y desencajada (robando medicinas, haciendo campañas propagandísticas antichinas o acusando a Maduro de narcoterrorista, por ejemplo) que incluso sus aliados más cercanos dudan de su hegemonía, ahora que las papas queman. Estados Unidos, líder del mundo occidental, paradigma de la economía libre, se comporta como un perverso narcisista, despotricando y echando culpas mientras lame sus heridas y no demuestra ninguna capacidad para asumir el liderazgo QUE AHORA SE NECESITA. Y eso, ya lo veremos, repercutirá en el mundo pos-coronavirus en el eje de poder que se avecina y en las estructuras sociales de cada nación.